Navegar sin rumbo
Sentada en el banco apoyado
contra la pared, cubierto bajo la marquesina de la antigua estación, allí espera
ensimismada su tren una bella joven. La estación a pesar de contar y soportar sobre sus cimientos más de cien años, en su excelencia ofrece una visión intemporal, una belleza arquitectónica
cuidada hasta en el último detalle de su majestuosidad decimonónica, el vetusto
marco no desmerece ni un ápice el esplendor de la muchacha. La resistente candidez
del rostro deja ver en algunos de sus gestos la niñez recién abandonada, es alta
y delgada, y sentada se ladea sobre la madera para recoger exiguamente las
piernas. Los ojos vivos azules como el mar contemplan a los escasos compañeros
de andén deambulando con los hombros encogidos por el frio. Por sus rosados
labios exhala lentamente el vaho producido por la baja temperatura en estas
fechas navideñas, la cálida respiración emblanquece su semblante con un visillo
de tinieblas blancas continuas que ascienden irremediables al cielo, la gélida temperatura
cristaliza el cabello largo, rubio y ondulado que se desliza serpenteando hasta acariciar los
hombros.
Triste oye el suave
frenado avisando con un tímido chirrido de la llegada de un nuevo convoy, otro instante
de quietud en el constante viaje hacía mil lugares sin destino cierto. Ante la
soledad de la joven, un destello refleja débil en el rabillo del
ojo, obligando a girar la mirada hasta cruzar y fijar en la retina la imagen de un
joven sentado en el tren recién llegado. Como ella, el muchacho goza aún pueril
sus atractivas facciones, imberbe medio sonríe mientras el castaño y sedoso flequillo
cae anárquico sobre su frente. Reclamado con fuerza por el mismo destino
sentado delante de él, levanta la mirada, y boquiabiertos los ojos de ambos
recibieron un soplo mágico que detuvo el tiempo, todo a su alrededor
desapareció, él entro en ella y ella en él. Se conocían, se esperaban
eternamente, juntos abrieron una minúscula puerta que daba paso a un inédito
mundo, un insólito universo conocido y esperado en el soñar diario de los jóvenes.
Los trenes siguieron pasando, pero ellos ya no subieron a ninguno, desde ese
momento y sin mover un parpado cambiaron para siempre los raíles del tedioso destino
establecido, por la excitante y perpetua navegación acompañada sin rumbo fijo.
#cuentosdeNavidad
Jordi Rosiñol Lorenzo
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